una dimension gloriosa!!! by giovanni linares
El destino de un rey
David fue ungido para ser rey cuando Saúl todavía estaba en el reinado. Dios le había dado la oportunidad de matar a Goliat y eso le abrió puertas increíbles. Dios tiene manera y formas de abrir puertas cuando éstas están cerradas.
David era un joven muy humilde y permanecía al lado del rey Saúl porque sabía tocar el arpa y cuando lo hacía, los espíritus malos que atormentaban a Saúl se calmaban.
En ese tiempo, mientras David hacía su trabajo, conoció a Jonatán el hijo de Saúl. Desde el momento que se vieron se convirtieron en grandes amigos y sellaron un pacto de profunda amistad. Saúl que había sido desechado por Dios estaba peleando en la batalla de Gilboa cuando murió junto a su hijo Jonatán.
Para ese entonces Jonatán tenía un hijo de cinco años. Cuando la noticia de la muerte de Saúl y su hijo llegó al palacio, la nodriza que cuidaba al hijo de Jonatán salió corriendo llena de horror y resbaló con el niño en sus brazos. El golpe le afectó al niño sus piernas y tuvo dificultades para caminar. Su nombre era Mefi-boset. Los siervos de Jonatán escondieron al niño ya que temieron por su vida y lo llevaron a una ciudad llamada Lodebar.
¡Qué tragedia tan grande para este niño! De ser parte de la familia real, de estar en la opulencia, de tenerlo todo, de nacer en una cuna de oro, de pronto perderlo todo y convertirse en un don nadie y vivir inválido, escondido en otra ciudad para proteger su vida.
Lugar de miseria y pobreza
Mefi-boset estaría lleno de temores, de preocupación; viviría acomplejado y careciendo de toda bendición, escondido en Lodebar. Al buscar en el original pude descubrir que significa “ciudad sin pan, lugar de miseria, pobreza y limitaciones”. Allí vivía Mefi-boset luego de haber sido el nieto del rey, integrante de la familia real, no tenía nada.
De pronto, un día alguien tocó la puerta de su casa.
Al abrir la puerta apareció un señor que le dijo: “Vengo de parte del rey David a ver al hijo de Jonatán”. El joven habrá pensado: “Hoy es el día final para mí; ya no podré escapar más”.
Pacto de amor y fidelidad
El rey pedía que Mefi-boset, el hijo de Jonatán, se presentara ante su corte. Así obedeció y se presentó ante el rey David, se humilló buscando su misericordia, pero para su sorpresa, David lo miró y le dijo: “No te traje aquí para hacerte mal sino para decirte que por amor a tu padre te devolveré todo lo que era de tu abuelo.
No es por amor a ti, porque no te conozco, pero es por amor al pacto que hice con tu papá. Te regreso todo lo que habías perdido. Además le dijo: “Quiero que te mudes al palacio y vengas a vivir conmigo y quiero que te sientes en la mesa a comer conmigo”.
Uno de los honores más grandes que podía tener cualquier persona en un reinado era que el rey lo invitara a cenar y se sentara con él a la mesa.
La historia de este relato se encuentra en 2ª Samuel 9:5-13.
Sombra de lo que está por venir
Tú y yo podemos compararnos con este joven. Somos iguales. Cuando estábamos fuera de Cristo vivíamos en “Lodebar”. Sin él estábamos en pecado, llenos de complejos y ansiedades. Fuimos sacados del pecado y el error por uno que pagó el precio, Jesucristo.
Lugar de autoridad
El libro a los hebreos dice: “Entrad confiadamente al trono de la gracia”. Todavía hay personas que no tienen la confianza de sentirse parte de ese reino. Se sienten inferiores porque tienen complejo de inferioridad, ya que siempre han vivido en la necesidad de Lodebar. Despójate de todos los temores, de todos los complejos, de todos los traumas del pasado. Jesús te recibe como hijo, te sienta a la mesa y allí serás parte de la familia real.
El lugar donde debemos habitar
Muchos aún no comprenden en su corazón lo que significa vivir en el palacio. Es salir de la necesidad, la pobreza y la miseria. No estoy hablando solamente del área financiera sino también del área emocional. Esta invitación es un llamado de Dios para que salgas de tus temores, de tus ansiedades, de tus complejos e ingreses al palacio donde él quiere que vivas como hijo del Rey.
Sentados a su mesa
Dios quiere que nos sentemos a su mesa. Allí recibiremos el pan que necesitamos todos los días para una buena nutrición espiritual.
Perfectos por gracia
El Señor te dice: “Siéntate a la mesa conmigo”. Lo más terrible que puede suceder en nuestra vida es que el Rey nos invite a vivir en su palacio, en su reino, a comer a su mesa todos los días, que nos prometa devolvernos todo lo que hemos perdido, y que nosotros no respondamos a ese llamado.
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